Publicación: 12 Nov 2020
Disciplina: Concierto
Toda vida es creadora de muchas maneras, y lo mejor sería que, sobre la marcha, supiéramos convertir nuestra opresión en libertad, nuestra vida cotidiana en un milagro. GABRIEL ZAID
El holocausto, que significó el genocidio de millones de personas por razones de raza y religión, es uno de los errores históricos más terribles que ha sufrido la humanidad. Y aunque la vida en los campos de concentración era insufrible, muchos prisioneros lograron efímeramente convertir aquella opresión, en libertad, en el milagro de tener una esperanza a pesar de todo, y eso fue posible gracias a la Música.
Por increíble que parezca, durante el Nazismo, la música estuvo más presente de lo que se suele creer. A pesar del constante horror y sufrimiento, la de la música fue una presencia cotidiana. Estuvo ahí, de alguna manera, en la mayoría de los 10.000 campos nazis, dentro de los cuales no solo se oía música, sino que también se formaron grupos musicales ―oficiales y no oficiales―, e incluso se compuso música.
Su presencia fue, no obstante, para bien y para mal. Primero estaba la música que les obligaban a oír, cantar, escribir, e interpretar a los reclusos como una especie de tortura psicológica, que los humillaba, deshumanizaba y convertía, a pesar del agotamiento, en marionetas obedientes durante los trabajos forzados. Y en segundo lugar, estaba la música que los presos hacían por iniciativa propia y que de alguna manera les significaba, aún en aquellas situaciones, una esperanza y un alivio momentáneo, un despertar efímero de aquella pesadilla.
Con esto en cuenta, vayamos a ver qué música se escuchaba y qué música se componía en los campos de encarcelamiento nazi.
La música que se oía
Los altoparlantes de los campos de concentración frecuentemente estaban emitiendo conciertos de la radio alemana, pero también era usual la creación de agrupaciones musicales formadas oficialmente y conformadas por prisioneros músicos, profesionales y amateurs. Inclusive, se crearon grandes orquestas y bandas musicales. En algunos campos, incluso se conformó más de una orquesta. En Auschwitz, por ejemplo, había una banda de música compuesta por 120 músicos y una orquesta sinfónica compuesta por 80 músicos.
Estas agrupaciones eran obligadas a tocar lo que a los alemanes les gustaba, desde música clásica (Schubert, Wagner, Brahms y Beethoven, compositores favoritos del nazismo), hasta marchas, himnos del campo, música de salón, música ligera, dance, canciones populares, melodías de películas y operetta, fragmentos de ópera, etcétera. En fin, una gran variedad, que dependía en gran medida de las preferencias, intenciones o caprichos en turno de la SS.
Gracias a que formaban parte de estas agrupaciones oficiales, los músicos tenían un papel de privilegio frente a otros reclusos. Si eras músico, tenías una esperanza, aunque débil, de sobrevivir, además de cierta protección contra abusos arbitrarios. Por eso el historiador Pierre Vidal-Naquet llegó a escribir: Menuhin [violinista y director de orquesta] podía sobrevivir en Auschwitz, no Picasso.
Sin embargo, las condiciones en las que tocaban las orquestas de prisioneros en los campos de exterminio llegaban a ser inhumanas.
La música que se escribía
Dentro de los campos de concentración también se compuso música, aunque, frecuentemente, de manera forzada. Los compositores reclusos eran forzados a hacerlo, a veces diariamente, en un entorno no propicio para la actividad artística, y marcado por el hambre constante, enfermedades, epidemia, el abuso físico y psicológico, y el terror y miedo a la muerte.
Uno de los más conocidos de aquellos compositores fue el austriaco Viktor Ullmann (1898-1944), quien durante sus dos años en el preso compuso una cantidad impresionante de música. Un ejemplo de ello es su ópera El emperador de la Atlántida que creó en el campo de concentración nazi de Theresienstadt y que actualmente se ha convertido en un símbolo del holocausto.
Pero como ya vimos, los prisioneros también se podían dar el gusto de tocar y componer música por iniciativa propia, para sí mismos y para sus compañeros. Hacerlo, era una forma de resistencia psicológica, les ayudaba a aliviar el miedo, a mantener su humanidad, su cultura, su identidad.
Una de las canciones escritas por ellos fue, por ejemplo; “Los soldados de la turbera” o ''Moorsoldatenlied”, que, como otras, era cantada en grupo por lo que generaba una sensación de compañerismo y pertenencia.
Los conciertos que realizaban los presos por su iniciativa eran ilegales solo en algunos casos. De hecho, dentro de la libertad limitada otorgada por los guardias del campo y los funcionarios, los prisioneros armaron una amplia selección de espectáculos musicales. Además, también se realizaban exhibiciones, sketches teatrales, funciones artísticas, pasajes de teatro y cabaret representados por varios grupos de reclusos pues como se sabe muchos artistas e intelectuales estaban entre ellos. Esta actividad dependía, en gran medida, del tipo de campo en el que se encontraran.
Es innegable, la música durante el holocausto fue utilizada con fines perversos e inhumanos, pero significó también esperanza y resistencia para los millones de personas privadas de su libertad… y la vida. Una muestra más de que este arte es un bálsamo y alivio, compañía y esperanza.
FUENTES:
Pascal Quignard: El odio a la música, diez pequeños tratados.
Guido Fackler: “Los campos de concentración y exterminio”
Guido Fackler: “La música en los campos y guetos nazis”
Geovanni M: “¿Por qué sonaba música en los campos de concentración nazi?”
El comercio: “Auschwitz, música y represión: ¿qué se escuchaba en el campo de concentración?”